Comentario
Si, como hemos dicho antes, el panorama de la estructura familiar europea es muy complejo, no pudiéndose establecer un tipo dominante, de igual modo ocurre cuando nos adentramos en el mundo de la vivienda. En verdad, no podía ser de otra forma dado que, en última instancia, ésta no es sino el espacio fijo que cobija a aquélla. No obstante, podemos dibujar unas líneas generales sobre las que luego acoplar todas las diferencias culturales que se quiera. Una de esas líneas nos señala que la evolución de los hogares a lo largo de la Edad Moderna tiende a reflejar la que se produce en el concepto y en el seno de la familia así como la de los usos sociales. Sobre ello, el nivel social y el carácter rural o urbano de cada ámbito geográfico introducirán nuevos caracteres específicos, si bien este segundo criterio diferenciador da lugar sólo a modificaciones muy someras, apenas apreciables, en el caso de los estratos superiores entre los que las obligaciones sociales, homogéneas e independientes del lugar donde se viva, resultan más determinantes a la hora de repartir el espacio.
Hasta el siglo ilustrado la distribución interna de las casas, desde los palacios a las más humildes, se caracterizaba por una mezcla de funciones congruente con el modelo de sociabilidad vigente. Las habitaciones, cuando había más de una, solían tener pequeñas dimensiones, comunicarse entre sí y carecer de un destino preciso, salvo la cocina, instalada siempre sin grandes refinamientos y capaz, por regla general, de procurar alimentos a un número limitado de comensales, lo que obligaba a adquirir las viandas en el exterior cuando había concurridas recepciones. En las que podíamos denominar salas de estar se desarrollaban a diario todo tipo de actividades: comía la familia sobre caballetes plegables, se recibía a las visitas, se bailaba, se trabajaba y se dormía. La cama, o camas, estaban colocadas en la esquina, o esquinas, reinando la promiscuidad de edades y sexos. Una promiscuidad que apenas se consigue evitar con la colocación de doseles o cortinas que aíslen el lecho conyugal de las miradas y protejan la intimidad de la pareja. En los hogares humildes, todo se reducía a una única pieza.
A partir del Setecientos se produce una importante reorganización del espacio interior de las casas, que empieza, cosa obvia, en las grandes mansiones nobles o burguesas, donde va a ser más notable. El hecho lo encontramos unido en íntima relación mutua causa-efecto con el creciente gusto por la intimidad, la discreción, el aislamiento, origen de la idea de confort que se dice aparece también ahora y del gusto por los jardincitos privados, o closes, lugares de citas amorosas legítimas e ilegítimas. Asimismo se vincula a la separación cada vez más clara de la vida privada, profesional y mundana de los individuos, a las que van reservándose lugares específicos e incluso horas concretas durante el día. Ya no va a ser costumbre las visitas de amistad o negocios a cualquier hora, como antes, sino en momentos determinados y mediando cartas antes de ellas. Las consecuencias de todo esto son varias. Primera, la independización de las habitaciones que dejan de abrirse unas a otras para hacerlo sobre un pasillo que las comunica. Segunda, su especialización funcional, que enriquecerá el vocabulario con que se las designa a fin de nombrarlas con mayor precisión. La sala será en adelante el lugar amplio donde se recibe a las visitas y se hacen las celebraciones. Por oposición, el dormitorio, o alcôve, denominación antigua del espacio lindante con el lecho, pasa a ser el lugar donde se coloca la cama junto a los utensilios de higiene y la toilette. En él tiene lugar la vida afectiva de la pareja o se busca el favor de las mujeres galantes. El cabinet, llamado también despacho, biblioteca, estudio, es el espacio reservado a la lectura, la oración y las citas amorosas. En su interior se encuentran los libros y el varón viste en él el traje de doctor o ropa talar, sustituida poco a poco por el traje de corte. La palabra cabinet designa, asimismo, a un mueblecito de cajones, ricamente decorado con escenas erótico-religiosas, usado para guardar secretos. A los femeninos se les atribuyen poderes eróticos. Los sirvientes tienen asignados, igualmente, lugares concretos que no pueden abandonar, acostumbrando las señoras a llamarlos mediante una campanilla.